Una de las actividades cotidianas que más comparten las familias como grupo son las comidas. No obstante, en varias ocasiones es complicado que toda la familia se pueda reunir a comer. El objetivo de juntar a la familia en un solo lugar se ve afectada debido a factores externos, como los horarios de trabajo de los padres, los horarios escolares, las distintas edades de los hijos, etc. Sin embargo, en la medida de lo posible es importante poder tener un espacio para que se de este encuentro, ya que este compartir trae numerosos beneficios a nivel físico, mental y emocional, sobre todo a los niños.
El hecho que los niños puedan aprender a comer, supone un aprendizaje complejo, ya que esta conducta está compuesta por cierto número de hábitos. El comer en familia favorece a aprender de manera más rápida estos hábitos porque el niño es capaz de observar a sus padres u otros miembros de la familia, e imitarlos. De esta manera, los niños son capaces de aprender hábitos como el mantenerse sentados para comer, utilizar los cubiertos, movimientos motores finos, horarios, etc.
Asimismo, el adquirir buenos hábitos alimenticios es fundamental para seguir un estilo de vida saludable y prevenir enfermedades. Las familias que comen juntas de manera regular, suelen consumir más frutas y vegetales, por lo que favorecen a la calidad de la dieta de los niños. Por lo tanto, disminuye el riesgo de trastornos alimenticios y obesidad en la niñez.
También, comer en familia es un momento que favorece a la unión familiar. Es el espacio idóneo para hablar e interactuar entre los miembros de la familia. El poder compartir lo que hemos hecho o visto durante el día, mejora las habilidades comunicativas y sociales de todos los miembros de la familia, en especial las de los niños. Adicionalmente, en niños más pequeños, se fomenta el desarrollo del lenguaje, ya que se encuentran expuestos a conversaciones, las cuales escuchan y empiezan a incrementar su vocabulario, a través de la imitación e interacción.
Además, las comidas familiares disminuyen los problemas emocionales de todos los miembros. Este momento, ofrece un escenario óptimo para la comunicación positiva y el fortalecimiento de lazos afectivos entre padres e hijos. Ello crea un entorno clave para el desarrollo de la confianza, el sentido de pertenencia y el manejo de conflictos. Por lo que, los niños que participan de mayores comidas con los padres, se involucran en menos conductas de riesgo y tienen menos problemas emocionales.
En conclusión, es importante darnos un tiempo para poder compartir la comida en familia, ya que propicia un ambiente de desarrollo y beneficios físicos, mentales y emocionales tanto para los niños como para los padres.
Escrito por:
Giovanna Trisoglio Rossi
Practicante Psicología Educativa y Desarrollo Humano